¿Y si nos atrevemos a respondernos en vez de preguntarnos?

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Frente a situaciones adversas en nuestras vidas muchas veces nos hacemos preguntas del tipo ¿Por qué? ¿Por qué ahora? ¿Por qué a nosotros? ¿Por qué a mi familia? ¿Por qué a mí?

Este interrogante parece partir de la idea de que lo que ocurre es injusto. Podemos preguntarnos mil veces por qué, y podremos encontrar mil y una respuestas, pero ante determinadas situaciones no habrá un por qué hecho a la medida de nuestro dolor, de nuestra confusión, de nuestro agobio, de nuestra tristeza…
Preguntarnos por qué ante aquello que nos angustia, e insistir en este cuestionamiento, equivale a recaer en la impotencia, a la angustia, al dolor emocional crónico. Aun así, hay momentos en que nos parece haber dado con el por qué.

Creemos haber resuelto este problema que tanto nos mortifica. ¿Calma eso la angustia? ¿Serena la mente? Las respuestas a la pregunta ¿Por qué? ¿Por qué a mí? ¿Por qué ahora?, son analgésicos que anestesian el dolor, pero lo reingresan potenciado una vez que pasa su efecto. Ningún por qué cambia la situación que tenemos que vivir en determinado momento. Muchas veces parace que con el por qué surgen los reproches hacia otros, o las auto reprimendas por lo que se pudo hacer y no se hizo, cómo si fuera una cuestión de la mama suerte…

Preguntar por qué nos deja de cara al pasado y de espaldas al camino que nos espera, al presente que tenemos que vivir a pesar de todo. Todas las respuestas estarán atrás, en lo ya recorrido en lo irreversible. Eso genera impotencia, desasosiego, también resentimiento. Nos movemos en un círculo repetitivo que nos lleva una y otra vez al mismo lugar. Pero, además: ¿Por qué no? ¿Hemos firmado un contrato de inmunidad? ¿La vida o sus representantes nos han otorgado un certificado de garantía contra el dolor, contra las pérdidas? Un componente esencial de la vida es la incertidumbre, el imponderable, aquello que está fuera de nuestro control, de nuestras previsiones e incluso de nuestra lógica, que todo pretende explicarlo y acomodarlo.

Esa es la pregunta esencial. ¿Para qué me ocurre lo que me ocurre? ¿Para qué a mí? ¿Para qué ahora? Al interrogarnos así dejamos de mirar hacia atrás, hacia lo inmodificable, y se nos abre el panorama del porvenir. Aquello que nos ocurre, aún lo más difícil, tiene una razón que debemos descubrir. No se revela sola. Esta ahí para que nos conectemos con nuestros valores, con nuestros propósitos existenciales, para que revisemos el estado de nuestros vínculos, las prioridades de nuestra vida…

Preguntarnos todo el tiempo “por qué” no nos ayuda a desapegarnos, nos devuelve una y otra vez al mismo lugar del que procuramos salir.

Carlos Laboranti – Director Ejecutivo