No hay otra opción en este tiempo que vivir en el presente. Sin escape. Todo lo anterior al comienzo de las interminables cuarentenas es ya prehistoria. Un pasado lejano y brumoso, en el que las personas se besaban, se abrazaban, se apretujaban en recitales, estadios o transportes públicos, en que se reunían para festejos. A lo sumo, enfrascadas en pantallas de celulares o computadoras, pasaban junto al otro, es decir el prójimo, sin reparar en él, ignorándolo, pero no lo convertían por su sola presencia en sospechoso, en portador del mal (léase Covid-19). Esos tiempos, cercanos en el calendario, son ya prehistoria. Por otra parte, también el futuro se convirtió en neblina impenetrable. Hubo que aprender a contabilizarlo en semanas, las dos o tres semanas de cada cuarentena. Y, dentro de las semanas, en días. Y, dentro de los días, en horas. Esperas breves y tensas. Esperas sin proyecto más que esperar ¿Cómo se llama el tiempo sin pasado ni futuro? Presente. El único tiempo disponible. El único que se puede experimentar de verdad. El único real. Mucho se dijo, se escribió, se repitió acerca de la importancia de vivir en el presente. Filósofos, gurúes, guías espirituales de todo tipo han desparramado sentencias y aforismos sobre el tema, los cuales se recitaron como mantras. Vivir el presente. Muchos se ufanaron de haberlo logrado y hasta lo usaron como argumento para desentenderse de compromisos, de responsabilidades, de afectos. Vivir el presente olvidándose de todo y de todos. Una curiosa forma de iluminación. Pero ocurre que el presente, para existir, siempre necesita de un pasado en el que echa raíces y un futuro hacia el que eleva su follaje. Sin ellos es apenas un tronco inestable, nunca un árbol. Un tronco que cae con la primera brisa. Quizás lo que se llamaba hasta ahora «vivir el presente», no era más que vivir el instante. Un chispazo. Un relámpago. La fugacidad. La ausencia de huella, de memoria y de proyecto existencial. La vida leve, que transcurre en la superficie de la existencia. Pero de pronto vivir el presente dejó de ser una frase y se convirtió en la única experiencia posible. Todo lo demás quedó en suspenso. Planes, encuentros, expectativas. Se nos presentó una vivencia inédita. La comprobación de que lo realmente existente existe en el presente. El miedo, la esperanza, el aburrimiento, el hartazgo, los sueños, el extrañamiento, los sentimientos, las emociones, las sensaciones. Todo es en presente. Vivir en el presente deja de ser un experimento mental. Se trata de una experiencia real. Exige paciencia, atención, presencia, registro del propio mundo interno. “La vida es hoy”.
Carlos Laboranti – Director Ejecutivo