Fue una de las noticias, triste por cierto, de los últimos días: Una docente fue agredida salvajemente en el interior de una institución educativa necochense por familiares de una alumna reprobada en una materia.
Las agresiones a los docentes no son nuevas, de hecho son moneda corriente, seguramente en su gran mayoría verbales o psicológicas, pero agresiones al fin. Solo basta con googlear “agresión a docente” para encontrarse con una catarata de casos a lo largo y ancho del país.
Este grave ataque físico sobre la educadora y la enorme repercusión que tuvo incluso en los medios nacionales, no hizo más que visibilizar una problemática que debe ser abordada en profundidad por los estamentos educativos y sociales de todos los niveles; nacionales, provinciales y locales.
Hoy los docentes están desprotegidos, expuestos a maltratos, situaciones de acoso y desautorizaciones que en muchas ocasiones vienen de las propias autoridades educativas y a partir de allí se terminan trasladando a los alumnos y familias.
En más de una ocasión, hemos escuchado a profesores, porque principalmente estas situaciones se dan en la educación Secundaria, decir que fueron casi “obligados” a repetir exámenes o a “buscar la manera” de que un alumno apruebe una materia. Está claro que todos los alumnos merecen oportunidades, pero esas oportunidades deben tener un límite, y el mismo debe ser su conocimiento y aprendizaje para obtener la nota que le permita aprobar.
Esas descalificaciones a los maestros y profesores, han logrado que se vaya deteriorando esa imagen de autoridad que debe tener ante sus alumnos, los que a su vez comienzan a faltarle el respeto sin temor a sufrir una sanción. Por el contrario, muchas veces los docentes prefieren callar ante un insulto, para evitar posteriores problemas con autoridades o familias.
Y estas situaciones de acoso y violencia, no sólo repercuten directamente en la salud física y mental del docente, sino que además terminan lógicamente repercutiendo en la calidad de la educación, puesto que ese educador habrá reducido su rendimiento profesional.
En muchos casos, los docentes necesitan tomarse licencias y seguramente al regresar, ya no son los mismos, la situación atravesada los afecta y en muchos casos los obliga al cambio de tareas o hasta de Escuela. A eso se suma en general, la falta de respuestas del sistema educativo, lo que los hace sentir indefensos.
De por sí, para los docentes es violento tener que estar al frente de cursos superpoblados de alumnos y con escuelas con graves deficiencias edilicias. Si a eso le sumamos los conflictos mencionados anteriormente, el combo puede ser letal.
Es que la escuela probablemente haya dejado de ser ese lugar respetado de aprendizaje, para transformarse en un espacio donde se manifiestan insatisfacciones que derivan en controversias. La agresividad que se observa en distintos ámbitos de la sociedad, se ve reflejada en la escuela, aunque me gustaría hacer un paréntesis con algo que creo necesario destacar y es que los alumnos que auxiliaron a la docente, la contuvieron y concurrieron a la marcha en su apoyo al día siguiente, también son producto de esa misma sociedad.
Es de esperar que esta gravísima agresión a la docente necochense, sea un punto de inflexión. Por lo pronto, la reacción de la comunidad educativa fue casi instantánea, generando una movilización notable, donde asistieron docentes autoconvocados, gremios y vecinos en general, repudiando el hecho, apoyando a la educadora atacada y pidiendo por el fin de la violencia en las escuelas.
Es necesario que las autoridades escuchen ese reclamo de los docentes y comiencen a evaluar soluciones profundas, de las cuales estoy seguro, debemos formar parte como familias, estando a la altura de las circunstancias.
Si acompañamos a nuestros hijos en su educación estando bien cerca de ellos, si los persuadimos de que su futuro está atado a sus aprendizajes, si les explicamos que la manera de aprobar una materia no es amedrentar o insultar a un maestro o profesor sino prepararse adecuadamente, si les inculcamos el respeto por los mayores, entre ellos sus educadores, si les permitimos disentir con nosotros pero les explicamos que las diferencias no se expresan con violencia, si les enseñamos en casa mediante el ejemplo, siendo responsables, tolerantes y sinceros, tal vez estemos haciendo un enorme aporte a esa solución que hoy estamos buscando.
Carlos Laboranti, director ejecutivo.