Los vínculos son conexiones dinámicas y cambiantes entre las personas. Queremos creer que se trata de lazos indestructibles y terminamos sintiéndolos como cadenas que nos atrapan. Nos conectamos a través de la energía que depositamos en las cosas o personas que nos rodean. Siempre fue así, pero antes existía una estructura social con mandatos fuertes que direccionaba esa energía, y sin embargo, no evitaba que la misma disminuyera, por lo que muchas veces el enlace terminaba siendo solo una cáscara vacía. Hoy, esa energía no tiene una estructura social que la contenga o direccione. Pero eso no significa que no haya vínculos; existen y existirán siempre, solo que la forma de establecerlos ha cambiado.
Los vínculos se modifican junto con nosotros, son estructuras móviles. Probablemente asuste pensarlo de esta manera porque eso significaría que ese amor que hoy sientes eterno y seguro podría acabarse, o que el amor incondicional no existe. Así es, la respuesta a tus interrogantes sobre el amor seguramente no es la que te gustaría escuchar, pero esta negativa es la que convierte cada relación en una aventura.
Nosotros cambiamos momento a momento aunque no lo percibamos y por más dinero que gastemos para conservar nuestro aspecto no lo logramos. A lo sumo nos convertimos en máscaras endurecidas de lo que fuimos. El cuerpo se renueva de continuo; para que haya células nuevas otras deben morir, vida y muerte no son opuestas sino complementarias. No existe una sin la otra y nuestra psique participa de la misma realidad. Cambiamos según la circunstancia, según nuestro momento vital, según nuestras posibilidades físicas, según el entorno. Cuando no lo hacemos y quedamos fijados a un rol, nos estereotipamos; lejos de conservar la relación la estamos matando.
Hoy no tenemos tradición ni cultura que nos diga qué hacer, sino que tenemos que aprender a conectarnos en movimiento. La sociedad cambia, nuestros roles también, y esperar que el vínculo se sostenga de la misma manera es una utopía. Pensemos en un cuerpo que se mueve a gran velocidad y está atado a un lazo fijo. Según la física más elemental, el cuerpo se verá detenido si el lazo es lo suficientemente fuerte como para lograrlo; si por el contrario, la fuerza del movimiento del cuerpo es mayor, se romperá la atadura. La única forma de mantener la unión sin frenar el cuerpo es que el lazo sea flexible y acompañe el movimiento del cuerpo. Para lograrlo hay que estar absolutamente atento al presente. Si nos distraemos en comparaciones pasadas o proyectos demasiado mediatos, perdemos la espontaneidad y la capacidad de adaptación que debemos tener momento a momento.
Por todo esto es necesario hacer un recorrido inverso al de nuestras emociones y conductas con plena conciencia de lo que nos está ocurriendo. Esta es la mejor manera de que adquieras la necesaria ductilidad para enfrentarte a las contingencias de la vida.
Nota editorial por Carlos Laboranti