No soy ni kirchnerista ni peronista, pero la muerte de Héctor Timerman, me schoqueó, pero no como le ha sucedido a mucha gente de su espectro político. Nos conocíamos desde hace muchos años por tener amigos en común y habernos tratado socialmente. Sin embargo la última vez que nos encontramos, no fue en casa de amigos sino votando en el colegio Bayard de la calle Castex, en las elecciones legislativas —también habíamos coincidido en las elecciones anteriores—. Esa mañana estábamos mesa de por medio y me costó reconocerlo. Estaba muy flaco, camuflado con una gorra similar a las que usaba el Che, y con barba de varios días. Esperé a que terminara de votar, y me acerque a él. Lo abracé medio de costado, y después de su sorpresa al verme, se dio vuelta y me retribuyó el abrazo. Fue todo muy breve:
—¿Cómo estás, Hector?
—Ya ves —me respondió—, mal, y esperando…
Lo miré y solo atiné a decirle:
—Fuerza, Héctor… dale un beso a Anabelle —su bella esposa— de mi parte.
Nos volvimos a abrazar, nos miramos y me fui.
Casi mágicamente el enorme enojo que sentía por él, por haber firmado el pacto de entendimiento con Irán, se borró. No puedo decir que lo haya disculpado por haber traicionado a la mayoría de los judíos y a gran parte del pueblo argentino, pero sí sentí mucho alivio al sentir una cierta forma de piedad y perdón por ese ser humano que tanto estaba sufriendo.
Esta introducción está ligada al libro que estoy leyendo ahora, y por segunda vez, Timerman, de Graciela Mochkofsky, el periodista que quiso ser parte del poder, que habla sobre la vida de Jacobo Timerman, padre del ex Canciller. Periodista, productor y mítica figura de los últimos cuarenta años del siglo pasado de la historia argentina. Su vida, de alguna manera novelesca, ligada a personas interesantes y a otros personajes siniestros, de la política, la economía y las fuerzas armadas, son narrados por Graciela Mochkofsky con suma veracidad e idoneidad sobre los hechos que ella relata. Timerman padre, fundador de unos de los periódicos líderes que han existido en nuestro país, La Opinión, fue sin duda uno de los más importantes formadores de periodistas.
En La Opinión los más destacados escritores tuvieron su espacio para expresar sus más diversas ideas. Antes de este mítico periódico, Timerman padre había creado en Argentina dos revistas muy importantes, al estilo de las americanas Times o Newsweek: Primera Plana y Confirmado.
No le alcanzó a Timerman padre con ser el más importante productor y periodista de su época, él quiso más, y tener mucho más poder era la palabra justa. Aunque provenía de una línea política de izquierda, se mezcló con los militares más altaneros de la época, con el fin de derrocar al Presidente Arturo IIia, y lo logró a través de sus notas y artículos. Lo cararicaturarizó al Presidente como una Tortuga lenta que nunca hacía ni llegaba a hacer nada. El precio de su desprecio, fue un golpe militar que lo sacó a Ilia del poder y le abrió las puertas a uno de los más perversos militares de la época, el General Onganía y su terrible gobierno.
Sin duda es un libro muy interesante para leer, y para recordar y aprender de esos tremendos eventos que lamentablemente luego se repitieron con otros gobiernos militares, y con más periodistas tramposos donde tampoco dejó de faltar la traición.
Jacobo inventó numerosos cargos para su hijo Hector, pero lamentablemente no descolló en ninguno, hasta su encuentro fortuito con Cristina Fernandez de Kirchner, —luego de hacerle una jugada a Lilita Carrió, de quien Héctor era su amigo y consejero—. Para saber más, no dejar de leer El Pequeño Timerman, de mi amigo Gabriel Levinas, donde cuenta la vida de Héctor desde sus años de secundaria, cuando ellos formaban parte de grupos e instituciones de jóvenes soñadores, hasta la llegada de Héctor al Ministerio de Relaciones Exteriores.
Recomiendo ambos libros.
* Mauricio Wainrot es coreógrafo y una destacada figura de la danza contemporánea argentina; fue Representante Especial para Asuntos Culturales de la Cancillería Argentina.