En tiempos modernos, donde todo es para “ahora”, la paciencia es una virtud y es un bien escaso hoy. Todo funciona bajo la lógica de la aceleración y la ansiedad y la. La consigna del día es correr, estar apurado, sin tiempo, no detenerse, no quedarse atrás en una carrera que parece obligatoria y cuyo destino es cada vez más confuso.
La paciencia es una virtud y como ocurre con las virtudes, requiere práctica. Es necesario ejercitarla, integrarla al día a día. La maestra en este aprendizaje es la vida, y sus enseñanzas se expresan en las situaciones con las que continuamente nos confronta. No hay atajos que permitan evadir esas situaciones, aunque nos mintamos a nosotros y entre nosotros haciéndonos creer que sí existen y que se basan en la velocidad y la aceleración.
Una persona que espera es una persona paciente. La palabra paciente quiere decir voluntad de quedarnos donde estamos y vivir la situación hasta el final, con la creencia de que hay algo escondido que se manifestará al final. Es lo que ocurre con todos los fenómenos de la naturaleza, tanto en el proceso de la semilla que se convierte en planta, como en la gestación de una vida, en la preparación de una lluvia, en el ciclo de las estaciones, etcétera. No solo la paciencia da finalmente sus frutos. También los da la impaciencia, y la ansiedad es el más visible y extendido. La ansiedad es la obsesión por llegar sin viajar, por saltearse los procesos, por eliminar el tiempo y concentrar la vida entera en un instante.
La paciencia no lo da todo por ya prefigurado o clausurado, aprisionado por la expectativa. Desestima el apresuramiento. Y la pasividad. Ella se configura poco a poco. Como la vida, que tanto viene como se va. Un recordatorio esencial para estos días y para este país.
Carlos Laboranti – Director Ejecutivo