Reflexiones acerca de la cantidad «optima» de dinero

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Milton Friedman señalaba que sólo existen cuatro formas de gastar en función de quién aporta el dinero para pagar la cuenta y quién es el beneficiario de dicho gasto.

En este sentido, sin lugar a dudas, la mejor opción siempre es gastar el dinero propio en uno mismo ya que nadie mejor que uno mismo para gastar en aquellos bienes que reportan el mayor nivel de satisfacción, al tiempo que está claro el nivel de esfuerzo que demandó conseguir los ingresos utilizados en la compra. En definitiva, en dicho caso se maximizan los beneficios.

A su vez, uno puede gastar el dinero propio en terceros, donde, dado que no habrá satisfacción en el consumo se busca minimizar el costo. Por otra parte, está el caso en el cual, uno gasto en uno mismo el dinero de terceros. En ese caso se produce una maximización del gasto. Se cae en el derroche, ya que no hay costo asociado a ello.

El mejor ejemplo lo ofrece la grandilocuencia de los actos de los políticos en campaña cuando están en el poder comparado con la sencillez que muestran cuando no cuentan con los recursos de los pagadores de impuestos para pagar la cuenta.

Por último, el peor de todos los casos está dado por gastar el dinero de terceros en terceros. Al gastar el dinero de otros se lo despilfarra y al mismo tiempo, dado que no se conocen las preferencias de los individuos lo que se gasta tampoco reporta la mayor satisfacción.

Esto es, esa ficción llamada «Estado del Bienestar» es una utopía propia de la fatal arrogancia de individuos soberbios e ignorantes, a punto tal que dicho caso debería rotularse como Estado del Malestar.

En función de lo anterior no existe política colectivista que eleve el bienestar de la sociedad. En rigor sólo lo hará para algunos individuos en detrimento de la mayor parte de la sociedad. Aun en el hipotético caso de que nos asignaran un agente fiscal para que gaste nuestro dinero en lo que queremos, pese a que dicho gasto carecería de sentido, siempre estaríamos peor ya que el servicio en cuestión no es gratis.

Y como si esto fuera poco, la recaudación de impuesto es un robo (legalizado), lo cual constituye un acto violento que genera daños directos e indirectos que luego se amplifican con los daños que causará el gasto de dichos ingresos.

Sin embargo, a los políticos esto no les interesa, lo cual erige al Estado como el mayor enemigo de la sociedad y que, más allá de la estructura impositiva, plantea un juego de suma cero (o negativa dada el menor nivel de producción).

Así, es de importancia menor «la eficiencia» de cada impuesto (incluidos los de suma fija), sino que al final de cuentas lo que importa es el monto que recauda (nos roba) el fisco. En función de lo anterior, la cantidad óptima de dinero, acorde a las preferencias de los políticos, sería aquella que haga máxima la recaudación del impuesto inflacionario.

La recaudación del impuesto vendría dada por el producto de la tasa de inflación (tasa impositiva) por la demanda de dinero (base imponible). En este sentido, conforme aumenta la inflación los ingresos fiscales tienden a subir por la mayor tasa, al tiempo que caen por la menor demanda de dinero (dado que depende negativamente de la inflación).

Por lo tanto, para maximizar el ingreso por impuesto inflacionario es crucial la elasticidad de la demanda de dinero respecto de la inflación. Así, cuando la demanda de dinero es inelástica, el aumento de la tasa de inflación se impone sobre la caída de la base imponible, por lo que la recaudación crece, mientras que para el caso opuesto (demanda de dinero elástica) la recaudación cae.

En función de ello, los ingresos fiscales han de ser maximizados en el punto donde la elasticidad de la demanda de dinero respecto a la inflación es unitaria. Al mismo tiempo, dado que el Estado recauda otros tributos ligados al nivel de actividad y dado que esta última se relaciona de modo negativo con la inflación (distorsión de precios relativos y mala asignación de recursos), ahora existiría un costo que situaría a la tasa de inflación «óptima» en un punto donde la elasticidad es menor a la unidad.

Si bien todo lo anterior parece muy «razonable» y forma parte de cualquier texto de macroeconomía básica o libro de finanzas públicas, en rigor, preguntarnos cosas tales como: ¿cuál es la cantidad «óptima» de dinero?, ¿cuál debería ser la cantidad total de dinero en el presente? o ¿Qué tan rápido debería «crecer» la cantidad total de dinero? debería parecernos ridículo.

¿Por qué nadie responde a la pregunta?: ¿cuál es la «oferta óptima» de duraznos, de Play Station o de carteras? De hecho, la pregunta misma es absurda. Un hecho fundamental en cualquier economía es que todos los recursos son escasos en relación con las necesidades humanas y si un bien no fuese escaso, sería sobreabundante, y por lo tanto tendría un precio de cero en el mercado.

Por tanto, permaneciendo todo lo demás constante, a más bienes disponibles mayor bienestar. Pero ¿por qué, entonces, unos se preguntan sobre la oferta óptima de dinero? Porque si bien el dinero es indispensable para el funcionamiento de cualquier economía más allá del nivel más primitivo, y si bien la existencia de dinero confiere enormes beneficios sociales, esto de ninguna manera implica como en el caso del resto de bienes, que, permaneciendo constante todo lo demás, cuanta más, mejor.

Esto es: ¿Qué beneficio directo tiene un incremento en la oferta de dinero? El dinero, no se puede comer ni utilizar en la producción. El dineromercancía, funcionando como dinero, sólo puede utilizarse en intercambios para facilitar la transferencia de bienes y servicios y para hacer posible el cálculo económico.

Pero una vez que el dinero se ha establecido en el mercado, ya no son necesarios incrementos en la oferta, no realizan ninguna función social genuina. El resultado invariable de un aumento en la oferta de un bien es bajar su precio.

Para todos los productos, excepto el dinero, ese aumento es socialmente beneficioso, ya que significa que la producción y el nivel de vida han aumentado en respuesta a la demanda de los consumidores. Pero un aumento en la oferta de dinero no puede aliviar la escasez natural de los bienes de consumo o capital, lo único que hace es que la unidad monetaria sea más barata, esto es, se reduce su poder de compra en términos de todos los demás bienes y servicios.

Una vez que un bien se ha establecido como dinero en el mercado, entonces, ejerce su plena potencia como mecanismo de intercambio o como instrumento de cálculo y todo lo que un aumento en la cantidad de dinero puede hacer es diluir dicha efectividad (su poder adquisitivo).

Por lo tanto, una vez que un producto está en oferta suficiente para ser adoptado como dinero, no hay aumento en la oferta de dinero que sea necesario.

Cualquier cantidad de dinero será «óptima» y una vez que el dinero se ha establecido, un aumento en su oferta no confiere ningún beneficio social. Por lo tanto, el dinero, es único entre los bienes y servicios porque un aumento de la oferta no es ni beneficioso ni necesario, de hecho, tales aumentos sólo diluyen el único valor del dinero.

Si a esto le sumamos que el dinero no es neutral ni superneutral y que además produce un conjunto de efectos que deterioran el bienestar de los individuos surge así el interrogante: ¿por qué entonces hacemos la pregunta? Y la respuesta es simple: los políticos siempre están buscando la forma de maximizar el saqueo sobre la sociedad y la política monetaria sólo es un instrumento más para lograr su objetivo.