¿Por qué hablar de Neurociencia y Nuevas Tecnologías en Educación?

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Por Gustavo de Elorza Feldborg, profesor e investigador universitario, doctor en Tecnología Educativa, especialista en educación y nuevas tecnologías. Certificado en el programa “Líderes del Aprendizaje”, por la Escuela de Educación de la Universidad de Harvard.

Para intentar responder a la cuestión de cómo aprende el cerebro en la Sociedad de la Información y el Conocimiento, primero deberíamos preguntarnos cómo aprenden las personas en este nuevo contexto (ya no tan nuevo pero sí en constante cambio y adelanto) dominado por un cúmulo sin precedentes de información y conocimiento al alcance de un click y a una velocidad de transmisión cada vez más acelerada. El salto cualitativo (incluso cuantitativo) que implicó el uso de nuevas tecnologías de la información y la comunicación no puede ser equiparable a otros “saltos” en el desarrollo de la especie humana que insumieron decenios e incluso siglos en terminar de perfilarse. Al abrigo de estos cambios estructurales (tómese por ejemplo la Revolución Industrial), las sociedades cambian, las configuraciones poblacionales cambian, las personas cambian, sus hábitos cambian, sus consumos culturales y materiales cambian, su capital simbólico cambia y, por supuesto, su modo de aprehender la información que está a su disposición cambia. Por esta razón es de esperar, también, que su modo de aprender cambie naturalmente y deba cambiar, además, por acción y efecto de quienes tienen a su cargo la tarea de enseñar.
Ya no debería discutirse que en la Sociedad de la Información y el Conocimiento cada vez se hace más necesario que los docentes reconozcan, dominen y apliquen con orientación didáctica y pedagógica las nuevas tecnologías de la información y la comunicación. Y es tan así por la sencilla razón de que sus prácticas educativas necesariamente deben circular por el mismo carril de los nuevos escenarios digitales–virtuales que ya están ampliamente instalados en la vida productiva fuera del entorno docente. Si la escuela no acompaña este desarrollo, que ya está ubicado con permanencia inamovible en las sociedades, quedará definitivamente desfasada y dejará a los alumnos sin las herramientas mínimas para desenvolverse en un mundo cada vez más competitivo. La incorporación de tecnologías en las instituciones educativas es un proceso fundamental para contribuir y potenciar a la ciudadanía digital y acompañar procesos que ya tienen lugar hace tiempo en el afuera de los centros educativos.
Uno de los grandes cambios que introducen las nuevas tecnologías es que su poder reside en la inmaterialidad, la cual se expresa en dimensiones y configuraciones virtuales, ya que la materia principal son los datos y la información (Herrera Jiménez, 2015). Las nuevas tecnologías posibilitan la interconexión, la interacción, la colaboración, la comunicación, la interactividad y la conectividad cognitiva tecno–humana, de manera instantánea y con elevados niveles de participación audiovisual. Al mismo tiempo, suponen la emergencia de nuevos códigos y lenguajes, la especialización paulatina de los contenidos, y el allanamiento del terreno para la concreción de actividades que hasta hace poco nadie hubiera imaginado.
Se entiende que la implementación de estas herramientas que proporciona la Sociedad de la Información requiere de tiempo de preparación e internalización por parte del docente, puesto que es sabido que los cambios siempre son graduales y por etapas. Como decíamos al principio, la pregunta acerca de cómo aprende el cerebro debe responderse, primeramente con una más amplia: ¿Cómo aprenden las personas? Porque las personas aprenden en contexto, en relacionalidad con los otros y otras, sus pares, con los y las docentes y con su entorno psico-bio-social.
Por eso se vuelve fundamental pensar en mejoras que tomen en cuenta ese contexto neuro – social- educativo en que nos encontremos, y en modelos innovadores que faciliten y posicionen mejor la actividad docente frente a los estudiantes. Dichas mejoras harán que las prácticas educativas sean más atractivas y enriquecedoras, tanto para unos como para otros, permitiendo así reducir paulatinamente la brecha educativa generacional, tan evidente en nuestros días.