Por Valerio Cherenscio – Periodista Sendero Regional
La violencia en el fútbol local es un problema que no solo afecta la integridad física de los árbitros y jugadores, sino que también mancha la esencia misma del deporte. Hace poco más de una semana, un árbitro de la Liga Necochea fue agredido durante el clásico de Quequén y este fin de semana, sucedió lo mismo en la Liga Lobería de Fútbol Amateur, obligando a suspender los partidos en ambas ocasiones.
Y no es el objetivo de este comentario focalizar en los protagonistas de estos dos hechos puntuales, porque es verdad que muchas veces nos llaman la atención y condenamos las situaciones violentas contra los árbitros, y por otro lado naturalizamos o tomamos como acciones de juego agresiones entre rivales que van mucho más allá de una simple falta.
Estos incidentes violentos son una mancha en nuestro fútbol, que tradicionalmente ha sido un espacio familiar, donde los padres llevan a sus hijos para disfrutar del deporte y aprender valores como el respeto, la solidaridad y el trabajo en equipo. La violencia no solo pone en peligro a los árbitros y jugadores, sino que también envía un mensaje negativo a los más jóvenes, quienes observan y, a menudo, imitan estos comportamientos.
La Liga Necochea de Fútbol tomó poco tiempo atrás la decisión de suspender los partidos de Fútbol Infantil y sancionar a los clubes ante insultos o agravios a jugadores y árbitros. Es fundamental que esta medida sea acompañada por los tribunales de penas, que deben imponer sanciones ejemplarizadoras para disuadir futuras agresiones. Sin embargo, esto no es suficiente. Todos los actores involucrados en el fútbol debemos reflexionar sobre nuestros comportamientos.
Los futbolistas deben entender que el respeto por el rival y por los árbitros es esencial para mantener la integridad del juego. Los espectadores deben abandonar la idea de que insultar o agredir a los árbitros y jugadores del equipo rival, es aceptable. Incluso los propios árbitros, más allá de sus aciertos o errores, deben evitar actitudes soberbias como las que solemos ver a menudo en nuestras canchas, que puedan incitar reacciones violentas.
En este contexto, los periodistas también debemos hacernos cargo, ya que tenemos una responsabilidad crucial. Debemos ser cuidadosos con nuestras palabras y enfoques, promoviendo un discurso que fomente el respeto, sin alimentar el morbo ni la confrontación, sino destacando los valores positivos del deporte y condenando enérgicamente la agresividad.
Para erradicar la violencia en el fútbol, es necesario un esfuerzo conjunto. Todos debemos poner de nuestra parte para asegurar que el deporte se juegue en un ambiente de respeto y seguridad. Solo así podremos disfrutar de un fútbol libre de violencia, donde prevalezcan los verdaderos valores que el deporte debe enseñar.