“Nunca es demasiado temprano para acercar un libro a un niño”

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“El problema es que los chicos no leen”, es actualmente una de las frases que más se oyen, tanto a modo de apertura como de cierre de una especie de efímero debate al momento de plantearnos las falencias y dificultades, tanto de escritura como de lectura, con que los alumnos suelen llegar al secundario, incluso atravesarlo y así entrar al nivel terciario. Sería oportuno realmente dar ese debate y plantearnos si esa afirmación es una verdad absoluta, y si lo es, cuál es su razón, dónde nace el conflicto, y cuál es nuestro rol como padres o educadores para intentar comenzar a revertir esta situación.

Como primera medida, podemos estar de acuerdo, en que la mayoría de los adolescentes realmente “no lee”, no, no lo hacen, decodifican, sí, lo hacen en silencio, la mayoría, quizá con su concentración puesta en cualquier otro sitio, bastante lejos del soporte que sostienen con tantas letritas, ¡que vaya a saber uno para qué y por qué están ahí! Si la lectura es en voz alta, la decodificación puede variar: por un lado, tenemos el uso del dedo o regla señalador con pausas que interrumpen palabras por nervios que desbordan y atropellan enunciados, debido al temor a la escucha acusadora de compañeros y docentes.; por otro lado, también encontramos a quienes con sus voces silencian al resto, porque, respetando los signos de puntuación, y hasta quizás entonando y pausando como el escrito “manda”, ¡están leyendo!, sí, y ¡aparentemente muy bien!…hasta que llega el momento de comprobar si han entendido eso que han “leído”… y con tímidos gestos, mejillas colorados, o sinceras respuestas, encontramos el “no”.

¿Por qué esto es así?, ¿Cómo podemos revertirlo?, ¿Cómo inculcar el placer por la lectura, como los diseños curriculares mandan, si  placer y lectura son palabras tan equidistantes para esta generación que en términos reduccionistas “no sabe leer”? Creo que en gran medida es momento de dejar de echar las culpas afuera. Porque sí, es cierto, que han crecido con la tecnología, con mejor uso de teclados inteligentes que de letra imprenta, ni hablar de la manuscrita; incluso los niños más pequeños están aprendiendo primero a utilizar, gracias a la memoria visual, celulares y tablets con sus deditos, que a escribir, si quiera sus propios nombres. También, hay un mundo de niños, que “se invisibiliza” y no tienen acceso a esa tecnología…pero tampoco a los libros. Y aquí llegamos al nudo del problema.

Si la mayoría de los niños o adolescentes no ven a los adultos leer, qué les estamos pidiendo, qué estamos pretendiendo…porque el mundo cambia, los paradigmas cambian, pero hay algo que no se modifica, y es que “se enseña con el ejemplo”, “el niño aprende por imitación”… Es momento de repensarnos, y mirar los estantes, bibliotecas, o mesas de luz de casa, ¿hay libros?, ¿leemos?, ¿nos ven leer?, ¿leemos con ellos?, ¿les enseñamos a leer?… Cada persona en formación y crecimiento va creando sus propios gustos, encontrando sus fortalezas, lo que les gusta y lo que no; pero hay algo que no falla, no hay un niño al que no le guste que le lean antes de dormir, lo haces una vez, y lo pedirán a diario… Que en su cumpleaños reciba al menos un libro, y siempre creerá que ese es uno de los mejores regalos, para dar y para recibir… Irá creciendo, e imitará el acto de leer, incluso inventará sus propias historias, llegará una noche en que el que querrá leer para el otro será él… No es magia, no es misterio, es tiempo y dedicación.

Las pantallas están, y estarán cada vez más presentes en todos los ámbitos. No estamos en su contra, usémoslas como herramientas, sí. Pero no por eso, olvidemos al libro, desde el rol que tengamos en la sociedad, alcancemos el libro, al pequeño que no tiene acceso, y al que teniéndolo “no lo cuenta”. Estoy convencida, aunque la frase haga ruido, como le dije a una mamá una vez “nunca es demasiado temprano para acercar un libro a un niño”.

La mayoría de los pequeños en nivel inicial, en el jardín, uno de los momentos que más disfrutan y con el que aprenden, es el momento del cuento, sentarse a escucharlo, luego hacer deducciones, representarlo, narrarlo ellos mismos, jugarlo; realizar bibliotecas ambulantes… Pero desde hace unos años a esta parte, parece ser que a medida que crecen eso se pierde, porque no se inculca porque no se estimula, porque existen mil y un entretenimientos más, que se anteponen entre el niño y el libro. Está en nosotros fomentar que ese placer, creatividad, e imaginación puesta en juego, no se pierda, e incluso, gane autonomía… quizá así, sí, con nosotros detrás, comprometidos, dejemos de excusarnos de modo reduccionista en “que no leen, y ese es el problema”.

Por Lucia Poujol – Profesora de Lengua y Literatura