Lo sucedido días atrás en la previa a lo que debió ser una fiesta deportiva, como lo era la final de la Copa Libertadores de América que debían disputar los dos equipos más grandes de nuestro país, nos invita a realizar algunas reflexiones.
Inmediatamente después de las agresiones recibidas por el plantel de Boca Juniors, se multiplicó el mensaje de que el hecho era un reflejo de una sociedad “enferma”.
Desde mi humilde punto de vista, creo que lo que refleja lo que somos como sociedad, son las reacciones que se fueron viendo con los días, y no las piedras arrojadas por un centenar de violentos.
¿Por qué afirmo esto? Porque estoy convencido que apenas una mínima parte de la sociedad, casi insignificante diría yo, estaría dispuesta a “bombardear” a piedrazos a un micro por el simple hecho de que el mismo vaya transportando al plantel del equipo rival.
En cambio, las actitudes posteriores de los dirigentes e hinchas de ámbos clubes, sumados a muchos periodistas, sí son propias de nuestra sociedad. Me refiero a comportamientos tales como querer sacar ventajas de una situación, acomodar discursos a lo que nos conviene, burlarse de una persona herida, justificar actos violentos, provocar al rival, etc.
Creo que lo que debió suceder, fue un rechazo unánime hacia la violencia, priorizando la salud de los jugadores heridos. No creo equivocarme si digo que esto sí sucedió hace tres años, cuando se dieron hechos similares en la cancha de Boca.
Pero desde minutos después de las agresiones hasta el día de hoy, lo único que se vio, fueron dirigentes que demostraron no estar a la altura de las circunstancias, periodistas con discursos peligrosamente agresivos, e hinchas a los que dejó de indignarles la violencia para importales, únicamente, que su equipo de viera favorecido por la decisión de un tribunal disciplinario.
Así encontramos a los presidentes de River Plate y Boca Juniors, contradiciéndose respecto de lo que habían hecho en 2015. D’Onofrio, que tres años atrás fue a reclamar los puntos, hoy desafió a su par diciéndole “venía a jugar”; mientras que Angelici, que siempre pregonó que “los partidos se ganan en la cancha”, ahora pidió la descalificación de su rival.
Los periodistas, con discusiones más parecidas a las de dos barra bravas, que a las de dos analistas.
Y por último los hinchas, justificando hechos de violencia (“los jugadores iban cantando en el micro”), buscando revancha (“ellos nos ganaron por escritorio hace tres años, ahora pagémosle con la misma moneda”), poniendo en duda las lesiones de los jugadores (“para mí exageraron”), etc.
¿No sería momento de replantearnos nuestras actitudes? ¿Es posible que un triunfo de nuestro equipo nos haga justificar cualquier cosa o utilizar cualquier actitud?.
Carlos Laboranti
Director Ejecutivo