La sociedad argentina está atravesada por una crisis y una pobreza estructural, formada por carencias que se han dado en los últimos gobiernos en materia de recursos y capacidades de desarrollo humano. Se trata de una grieta social que se viene acumulando tras décadas de decadencia política y social, que se agrava con cada recesión dejando marcas más profundas de fragmentación social.
Lo cierto es que la sociedad registra en estos momentos los niveles de pobreza por ingreso más alto de la presente década. Estamos atravesando valores similares a los niveles que tuvimos en la crisis financiera del 2001 y antes y durante la crisis de 2009. Entre esos momentos difíciles, hubieron episodios de mejoras, pero todos ellos fundados en fugaces burbujas de consumo de alto impacto fiscal.
Formamos parte de una sociedad que, durante las últimas tres décadas, registra entre un cuarto y un tercio de la población en situación de pobreza. La crisis actual constituye un capítulo más de esta triste situación del subdesarrollo argentino.
Esta situación es generada gracias a la baja tasa de inversión, el nulo crecimiento, el estancamiento del empleo, la falta de oportunidades laborales y la elevada inflación. El problema real es que por mucho que lo deseen, los pobres no logran salir de la pobreza y cada vez hay más gente que cae en esa situación, porque sus ingresos siguen por detrás al resto de los precios de la economía, y la oferta de buenos empleos es limitada, porque no hay para todos.
Cada vez más queda en evidencia la gran distorsión que generan las ayudas sociales basadas en dádivas económicas, que comenzó como una solución primaria en la época de Alfonsín con la llamada caja “PAN” y de ahí en adelante la enorme catarata de planes sociales, con mucha creatividad para ponerles nombres decorosos y de contenido nefasto, donde lo único que generan es dependencia de la clase política, y un permanente atentado a la cultura del trabajo y el conocimiento. Estos perversos planes de “ayuda” lo único que han hecho en los últimos 30 años es profundizar la decadencia del ser social y enarbolar la bandera de la ignorancia de nuestro pueblo, que hoy realmente está lánguido de conocimientos, desarrollo cultural y consecuentemente de riquezas materiales.
La realidad es que parece que los gobiernos no llevan adelante las políticas necesarias para que nuestro país aspire verdaderamente a una idea utópica de “pobreza cero”. La dificultad que enfrentamos no es que el mundo exterior nos haya jugado una mala pasada, ni que no existan interlocutores con los cuales acordar una política de emergencia. Las ideologías, las ambiciones de poder y las especulaciones políticas descartan la explicación compleja del problema como la construcción política de los instrumentos necesarios para su superación. No se asumen errores, no se convoca a los expertos, ni mucho menos se acuerdan políticas de Estado. En fin, mientras la pobreza se profundiza, una política ciega, superficial y desorientada persiste en mal gastar oportunidades históricas.
Carlos Laboranti
Director Ejecutivo