Más allá del temblor…

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Por doctor Tomás de la Riestra, jefe Unidad de Parkinson y Movimientos Anormales de INECO y Gonzalo Castro, coordinador de rehabilitación. 

La Enfermedad de Parkinson es un trastorno ampliamente difundido en sus aspectos, o mejor dicho, en sus síntomas motores. Esto es completamente cierto y, aún hoy, es diagnosticada semiológicamente por sus tres principales síntomas motores: la bradicinesia (lentitud en el movimiento), la rigidez y el temblor de reposo.

Aunque hay uno de ellos que es el más “famoso” y es el temblor. ¿Quién no asocia un temblor de la mano con un determinante diagnóstico de Enfermedad de Parkinson?

Si bien existe, no es concluyente. El temblor de la Enfermedad de Parkinson es de reposo, lo cual implica que se observa al estar el miembro relajado, con una amplitud y frecuencia determinada.

Aun así, el síntoma cardinal y fundamental para su diagnóstico es la bradicinesia, es decir, la lentitud del movimiento. Sin ella NO hay cuadro parkinsoniano. Esta sintomatología, sumada a los síntomas no motores, tienen hoy una relevancia importantísima en el diagnóstico.

Los síntomas motores se van presentando por la pérdida progresiva de un tipo de neuronas, que son las neuronas dopaminérgicas, lo que es lo mismo que decir células que sintetizan y secretan dopamina en el sistema nervioso central, particularmente ubicadas en un sitio determinado, llamado sustancia nigra.

Su manifestación general fue descripta como una misma enfermedad en el siglo XIX por James Parkinson, en su tratado sobre “parálisis agitante”. Aunque fue recién el Dr. Charcot en Francia quien la definió como tal, dándole el nombre que hoy usamos de Enfermedad de Parkinson.

A la fecha, la Enfermedad de Parkinson es la segunda enfermedad neurodegenerativa más frecuente tras la enfermedad de Alzheimer, con una prevalencia estimada en países industrializados de alrededor del 1-2% en personas mayores de 60 años. Se estima que un 3-5% de los pacientes con Parkinson comienzan en forma temprana (entre los 35-45 años de edad), con una muy baja prevalencia en su presentación juvenil, que se da a los 20 años aproximadamente. De todos modos, debido al progresivo envejecimiento de la población, se espera que en las próximas décadas se duplique el número de pacientes afectados.

Ya a fines del siglo XX se fueron describiendo sucesivamente síntomas no motores de la enfermedad, los cuales pueden llegar a ser aún más incapacitantes que los motores.

Estos síntomas motores ya mencionados previamente y claves para su diagnóstico, se conjugan con las manifestaciones no motoras. Es así que la lentitud y falta de movimientos involuntarios en la cara genera en el paciente una inexpresión facial conocida como “la facie del jugador de póker”, por hipomimia, impidiendo al paciente incluso expresar sentimientos y emociones. Su hablar pausado y bajo, se debe a la dificultad para emitir bien la palabra, generando hipofonía. Esta última, si no es tratada, dificulta la socialización del individuo con su entorno.

Como consecuencia de esta lentitud y afectación de la movilidad encontramos la alteración de la marcha y la postura. Inicialmente el paciente la presenta unilateralmente, pudiéndose observar en el arrastre de un pie, en la disminución del balanceo de un brazo al caminar, o con cierta limitación de un brazo para realizar las actividades de la vida diaria.

Una marcha con pasos pequeños, con el tronco inclinándose hacia adelante y, en algunos casos, hasta con dificultad para frenar, son una característica propia de la acción motora, con una lentitud para comenzar y desarrollar la misma. Así también lo podemos ver en la ejecución de casi todos sus actos, como el vestirse, peinarse y comer.

En el aspecto músculo-esquelético podemos encontrar dolores articulares, alteraciones de la sensibilidad, dolores musculares o calambres, los cuales con el tratamiento médico-farmacológico o el tratamiento médico-rehabilitador mejoran.

En interacción y como parte de un tratamiento holístico se busca tratar otros síntomas no motores como son el deterioro cognitivo, la disfunción sexual y los trastornos del ánimo, encontrando la depresión y la ansiedad como los trastornos más frecuentes.

Otras manifestaciones a mencionar, no menos relevantes, son la hiposmia o anosmia (disminución o falta total de olfato). También se incluyen la constipación y ciertos trastornos específicos del sueño. Estas manifestaciones no motoras pueden llegar a presentarse hasta más de 10 o 20 años previos a los síntomas motores, incluido el famoso temblor.