La tragedia llegó sin previo aviso a Bahía Blanca, inundando calles, hogares y corazones. Las aguas no sólo arrasaron con bienes materiales; se llevaron vidas y dejaron cicatrices imborrables en miles de familias. 16 personas perdieron la vida y cientos de hogares quedaron reducidos a poco más que recuerdos. Las pérdidas económicas, estimadas en miles de millones de pesos, palidecen frente a la magnitud del sufrimiento humano, difícil de cuantificar.
Frente a este escenario desolador, podría haberse impuesto la desesperanza. Pero, como ha sucedido tantas veces en nuestra historia, los argentinos dieron un paso al frente, demostrando una vez más que en los momentos más oscuros emerge lo mejor de nosotros. La solidaridad se convirtió en un faro de esperanza, iluminando el camino hacia la reconstrucción.
En cuestión de días, no hubo rincón del país que no se movilizara para asistir a Bahía Blanca y sus alrededores. Desde las grandes urbes hasta los pueblos más pequeños, los argentinos se organizaron con un propósito único: ayudar.
Municipios, instituciones intermedias, clubes, comercios e incluso vecinos actuando de manera particular, lideraron campañas de recolección de donaciones. La generosidad no conoció límites: desde alimentos no perecederos, ropa y elementos de limpieza, hasta muebles, colchones y grandes electrodomésticos, todo fue recaudado con rapidez y enviado a los damnificados.
Las imágenes de camiones cargados partiendo hacia Bahía Blanca se replicaron en todo el territorio, reflejando la fuerza de un país unido en la adversidad.
En las localidades que abarca Sendero Regional, la respuesta fue ejemplar. Ciudad tras ciudad se sumó con entusiasmo a la cruzada solidaria, demostrando que, a pesar de las dificultades cotidianas, hay valores que permanecen intactos: la empatía, la generosidad y el compromiso colectivo.
Cada acción, desde la más grande hasta la más pequeña, marcó la diferencia para quienes lo habían perdido todo.
Lamentablemente, mientras la sociedad civil respondía con una celeridad y una nobleza dignas de reconocimiento, la actuación de la clase política quedó muy por debajo de las expectativas. Más allá de los anuncios de ayuda para reconstruir Bahía del gobierno provincial y, aunque con bastante retraso, de la Nación, antes y después de ello, los líderes aprovecharon el drama para enredarse en disputas y acusaciones cruzadas, en un contexto donde las únicas palabras necesarias eran «ayuda inmediata».
Este contraste entre la grandeza de la ciudadanía y las falencias de los dirigentes políticos nos deja una lección clara. La fuerza de nuestra nación radica en su gente. Son los vecinos, los amigos y los desconocidos que se convierten en aliados en los momentos de necesidad, quienes realmente sostienen el tejido social. La tragedia de Bahía Blanca nos duele, pero también nos enorgullece, porque mostró que, cuando el agua sube, también se eleva nuestra capacidad de empatía.
Carlos Laboranti, director ejecutivo.