A la hora de diagramar un estilo de vida saludable, debemos orientar nuestra atención para detectar dónde estamos perdiendo nutrientes valiosos para nuestra inmunidad; una mirada rápida nos dejará asombrados y preguntándonos cómo hace la máquina orgánica para sobrevivir a nuestras degradadas prácticas alimenticias. Nos hemos familiarizado con palabras como refinación, pasteurización, homogeneización, congelación, entre otras, las cuales aparentan darles un valor agregado a nuestros alimentos; en realidad estas prácticas de la industria alimenticia no son más que recursos para aumentar la vida útil de sus productos sin aportar nada a la salud del consumidor. A modo de ejemplo, podemos citar que el procesado de las carnes deteriora entre el 50 y 70% de la vitamina B6; en el caso de los cereales, cuando nos llevamos el pan a la boca, puede haber perdido hasta el 90% de esta vitamina. El magnesio, al refinarse las harinas, puede desaparecer hasta en un 80% en relación con el cereal integral. Las frutas y verduras, en el tránsito del campo a nuestra mesa, pueden perder hasta un 90% de la vitamina C. Ejemplos como estos pueden citarse de a cientos, pero unos pocos son suficientes para despertar el sentido común del lector. Aun en las sociedades donde rige la abundancia en la alimentación, las carencias nutritivas son evidentes, y esto se debe a que se come en exceso alimentos vacíos de principios activos para edificar nuestro organismo; según un estudio realizado por la Universidad de Tufts, «en uno de cada cuatro alimentos empaquetados estamos pagando más por el envase que por el contenido». Las carencias no se deben únicamente a la pobreza de los alimentos, sino también a un sinnúmero de sustancias químicas que ingerimos voluntaria o involuntariamente y que actúan como antinutrientes o inhibidores de su asimilación; entre ellas podemos mencionar los aditivos químicos o los medicamentos. Después de más de dos décadas dedicado al estudio y la difusión de los principios naturales para vivir mejor, y al encontrarme día tras día con datos como estos, he llegado a cuestionar visceralmente aquello que llamamos «progresos de la civilización»; la mayoría de los beneficios que podemos obtener del avance del progreso han terminado degradando la salud de la especie. Estamos tan mal, en un sentido muy amplio, que hoy en día consideramos ético que nuestros gobernantes se planteen como «un mal necesario» la creación de fuentes de trabajo a costa del deterioro medioambiental, cuando en realidad es esta degradación de nuestro planeta la causante del aumento desproporcionado de enfermedades degenerativas y desequilibrios presupuestarios producidos por los gastos sanitarios.
Del libro “Estimula tu inmunidad natural”, de Pablo de la Iglesia y Pablito Martin, Kepler (www.edicionesuranoargentina.com)