De las dos malas noticias que difundió el miércoles el Indec los datos negativos sobre el mercado de trabajo han sido los que más repercusión y cobertura mediática tuvieron. Sin embargo, una mirada macroeconómica con perspectiva más amplia lleva a la conclusión de que el resultado más preocupante ha sido la abrupta caída en el nivel de actividad. En particular, el derrumbe estrepitoso que sigue teniendo la inversión, y en menor medida la escasa reacción que vienen mostrando las exportaciones frente a la devaluación.
La mayor relevancia que se le ha dado al aumento en el desempleo y de la subocupación en el trimestre pasado no obedece a que hayan alcanzado los valores más elevados de la gestión de Mauricio Macri y los más altos de los últimos 13 años, con el 10.1% de desocupados y 11,8% de subocupados, que implican un salto de 1 y 2 puntos respectivamente en relación a igual período del año pasado. La prioridad que se le dio a estas noticias se explica por la sencilla razón de que reflejan el padecimiento de alrededor de 4 millones de personas en un aspecto central de sus vidas.
Pero esas malas noticias no son sino la consecuencia inevitable de la brusca recesiónque arrastra la economía, que en el primer trimestre del año registró un descenso interanual del Producto Bruto Interno del 5,8%, acumulando cuatro caídas trimestrales consecutivas.
Por ende, si bien la consecuencia es el dato negativo más sensible y perceptible por la población, lo más importante para el análisis está en las causas. No solamente porque la recesión es el factor determinante de la falta de trabajo ya existente, sino, además y fundamentalmente, porque el panorama que se vislumbra para la actividad económica global, y particularmente para dos variables claves de la macroeconomía, generan escepticismo sobre lo que puede ocurrir en el mercado de trabajo de ahora en más.
Si de por sí los cuatro trimestre de reducción del PBI son una muy mala noticia, la situación es aún peor cuando se observa cuál ha sido la evolución de sus distintos componentes. Lo primero a destacar es la inmensa caída en la inversión, o Formación Bruta de Capital Fijo en la jerga económica, que se desplomó un 24,6% en relación al primer trimestre de 2018.
Al revés de la lluvia de inversiones que Macri auguró durante su campaña electoral y en los primeros tiempos de su gestión, lo que está sucediendo con esa variable es una tremenda sequía. Y no se trata de una sequía circunstancial sino de una muy prolongada y profunda: ese 24,6% de retroceso interanual está precedido por una reducción del 5,7% en todo el año pasado, con dos últimos trimestres que bajaron 11,7% y 24,4%.
Tras esas gigantescas caídas, la proporción que ocupa la inversión en la generación de actividad ha llegado a mínimos históricos en la serie que publica el Indec. Tal como se observa en el gráfico, la Formación Bruta de Capital Fijo se ubicó en el 13,5% del PBI (medida a precios corrientes), bastante más abajo que el muy bajo nivel que aún registraba en 2004 o que los valores del último año del gobierno de Cristina Kirchner, y lejísimos del 19,5% que alcanzó en 2007, cuando la economía kirchnerista crecía a tasas chinas, mantenía superávits fiscal y externo, y niveles de inflación civilizados.
Del gráfico también se desprende que salvo los primeros años, la performance en materia de inversión del kirchnerismo no fue buena. La de Macri la empeoró, desperdiciando incluso la posibilidad que tuvo el Estado y la economía en su conjunto para tomar deuda con un destino productivo en lugar de sólo financiar el déficit fiscal y alimentar una obscena bicicleta financiera.
La situación es peor aún si de los componentes de la inversión se excluye la construcción(que muy poco aporta a la ampliación de la capacidad productiva) y la compra de Material de Transporte, y sólo se toma en cuenta la inversión productiva por antonomasia, que es la incorporación de Maquinaria y Equipo. La caída en el primer trimestre de este componente fue del 31,5% respecto a igual período del año pasado, con un descenso del 37,5% en la parte nacional y del 28,5% en lo importado.
Los dos trimestres previos registraron descensos del 14,2% y 30,5%, y el año 2018 cerró con una baja del 6,9%.
Si no aumentan, y de manera considerable, esos niveles de capitalización, el futuro de la economía argentina es sombrío. Entre otras cosas, para pensar en un aumento perdurable en el empleo que vaya atenuando el drama de los que no tienen suficiente o nada de trabajo.
Mirando hacia adelante, el próximo gobierno tendrá la paradójica ventaja de disponer de un hándicap para poder aumentar la producción y el empleo sin necesidad inmediata de incrementar la inversión. Y eso debido a que encontrará muchos sectores con elevada capacidad ociosa. Algo similar a lo que encontró Néstor Kirchner al asumir. Pero ese hándicap se agota más temprano o más tarde, de acuerdo a la magnitud y velocidad de la recuperación de cada sector en particular. El gobierno anterior padeció ese agotamiento en la segunda mitad de sus 12 años.
En un contexto general muy malo, hay algunos sectores que escapan a la regla: sobresalen los agronegocios, la industria del petróleo y gas vinculada con Vaca Muerta, el turismo, la minería y los servicios basados en el conocimiento. Ahí sí hay inversión y futuro promisorio, incluso con proyectos orientados a la exportación.
Lo de Vaca Muerta es muy conocido, tanto en lo referido a petróleo y gas como a algunos proyectos petroquímicos en evaluación. Otro ejemplo menos conocido es el de Simplot, un joint venture entre esa multinacional estadounidense y Fabio Calcaterra, primo del presidente y hermano de quien está seriamente involucrado en un par de casos de corrupción. La sociedad que preside Fabio Calcaterra (con larga trayectoria en el negocio de la papa) inauguró el mes pasado una fábrica en Mendoza para elaborar papas fritas congeladas. En un principio emplean a 250 personas y proyectan facturar 120 millones de dólares anuales, de los cuales más de la mitad será por ventas al exterior.
Otro caso es el de Patagonian Trade Fruit, una compañía perteneciente al grupo empresario que encabeza Hugo Sánchez, el mismo dueño del complejo hotelero Bahía Manzano en Villa La Angostura, entre otros emprendimientos. Es líder en la producción de frutas en el Alto Valle, y le ha sumado kiwi en Balcarce y Sierra de los Padres. También está muy orientado a la exportación.
Una duda crucial es si con lo que exportarán ese puñado de sectores alcanza para que la Argentina revierta su recurrente escasez de dólares.
Una duda que se irá despejando con el tiempo.
Por ahora, tanto el informe del primer trimestre que difundió el miércoles el Indec donde las exportaciones sólo suben un 1,7% interanual, como las cifras del comercio exterior que muestran que las exportaciones del primer cuatrimestre no subieron nada a pesar de la gran devaluación, no justifican el optimismo discursivo del gobierno.
Porque así como sin inversión no hay posibilidad de crecer ni de aumentar el empleo,tampoco la habrá si la Argentina no resuelve su crónico problema externo.