El golpe más letal al nivel de actividad económica llegó en los últimos días de agosto, cuando un nuevo pico de desconfianza incrementó la dolarización. El 14 de agosto, la divisa superó el techo de $ 30, y dos semanas más tarde, Mauricio Macri desató la corrida que en pocos días lo llevaría a $ 40, luego de anunciar de manera fallida el segundo auxilio del FMI. La trabajosa negociación del nuevo acuerdo consumió todo septiembre, y el consenso se alumbró con una noticia dramática: el reemplazo de Luis Caputo por Guido Sandleris en el Banco Central.
La incertidumbre que descerrajó ese mes en la economía desarmó por completo la cautela con la que se movían hasta entonces las empresas, que habían aceptado el primer salto de 50% del dólar, ocurrido entre abril y agosto, como una consecuencia tolerable del fin del esquema Sturzenegger. El 6,5% de inflación de septiembre congeló el consumo y la producción. La promesa de déficit cero que encarnó Nicolás Dujovne hizo lo mismo con la obra pública. La tasa, que estaba en 60%, escaló casi 15 puntos más, y las expectativas se derrumbaron. Por eso, si bien el nuevo esquema monetario permitió descomprimir y llegar al escenario actual de un dólar desinflado, la producción tardará más en recuperarse. A la industria la puede ayudar Brasil y el mejor tipo de cambio, pero como se vio en noviembre y diciembre, fabrica menos porque antes tiene que liquidar stocks. Lo mismo sucede con la construcción, favorecida por la baja de su costo en dólares, pero sin crédito para financiar un nuevo envión. Hay edificación, pero bajan las obras nuevas.
El año arrancó con un descenso de la tasa mayor al previsto. Pero hasta que no empalme en 40% será difícil que el piso del nivel de actividad se consolide.