Hace unos 10 años, la artista viajó a México con la idea de profundizar algunas técnicas de orfebrería. Allí encontró una escuelita pequeña con un gran maestro, Marcelino, en un barrio bien mexicanito, popular, de Guadalajara, la Guadalupana. Deborah expresó que «mientras aprendía a vaciar a la cera perdida pequeñas piezas de plata surgió la posibilidad de hacer una pasantía en el taller de un artista ya consagrado, donde en uno de los salones de una casona elegante tenía a un grupo de escultores modelando piezas en cera de escultor. Me encantó y resultó que me llevaba muy bien con la construcción en volumen. Así es que me gané un lugarcito de aprendiz allí, fue increíble. Luego, el tiempo pasó y a los seis meses sentí que la experiencia había sido buena, había aprendido un montón y había terminado. Tenía el camino abierto para hacer mis propias esculturas, algo que hasta entonces no había imaginado. Cuando decido agradecer e irme del taller, muy rápido surge “árbol y niña”, mi primer escultura que modelé en el 2008, una imagen que de algún modo tenía guardada hacía mucho tiempo: un árbol gigante y añoso que ha sido arrasado por el viento y junto a él, una pequeña niña que lo mira. Durante los siguientes 9 años abandoné la joyería y monté en mi casa mi taller donde modelaba mis piezas, una vez por semana venían niños a jugar con plastilina y también hacía algunas colaboraciones para otros artistas. En mis piezas trabajaba muy lento, muy a mi tiempo y cuando las sentía listas, las pasaba a bronce. Ese momento de fundirlas es siempre muy mágico y también muy terrible, encontré allá a un fundidor impecable, algo fundamental para que esas piezas existan. Fueron unas 10 piezas en unos 8 años. Así empecé a hacer escultura».
Éste año que pasó decidió regresar a Necochea, luego de muchos años de estar fuera de la ciudad sintió la pulsión de volver al terruño, hacer de Necochea una base donde quizás echar raíces y estar cerca de la naturaleza. La artista señaló que «fue una buena idea, siento que es un buen lugar para montar un taller y trabajar, la atmósfera tiene algo limpio. Surgieron piezas nuevas y en sintonía con el entorno y también con las posibilidades, o la falta de posibilidades, que en tal caso, es lo mismo. Hacer con lo que hay a mano. Me encantó descubrirlo».
Las 20 esculturas que estuvieron en el Museo de Ciencias Naturales son una consagración de aquel “árbol y niña” inicial, una niña que de alguna manera se descubre múltiple, infinita, reflejándose en una multitud de especies que representa lo inagotable de las diversas formas de ser y estar en el mundo. Estas piezas son, a su vez, un desprendimiento de otra pieza que presentó en octubre en el Centro Cultural de Noche, que se titula Identidad, y que ahora está en el Museo Mulazzi de Tres Arroyos. Ese conjunto inaugura éstas composiciones de “árbol y niña” construidas con niñas y hojas de árboles.
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