Por Gustavo de Elorza Feldborg, profesor e investigador universitario, doctor en Tecnología Educativa, especialista en educación y nuevas tecnologías. Certificado en el programa “Líderes del Aprendizaje”, por la Escuela de Educación de la Universidad de Harvard.
El siempre bien recordado Stephen Hawking dijo: “Cada aspecto de nuestras vidas será transformado por medio de la inteligencia artificial”, y esto se podría convertir en “el evento más grande en la historia de nuestra civilización”. Por supuesto que esta afirmación todavía no la hemos alcanzado, pero claro está que las empresas y los poderes económicos mundiales invierten millones de dólares en tratar de lograr el dominio de este campo de conocimiento, por lo cual podemos decir sin temor a equivocarnos, que es sólo cuestión de tiempo para que se alcance.
En cierta forma, nos podemos empezar a preguntar, y por qué no a ocuparnos de este tema que nos desafía por ahora en escenarios hipotéticos: ¿qué significaría el uso de la inteligencia artificial en la educación, y cómo se transformarían los sistemas educativos?
Comencemos por aclarar, a qué nos referimos cuando hablamos de inteligencia artificial y cuál es la relación con nuestro órgano vital humano “el cerebro”.
Según (Sadin, 2020), la estructura del cerebro, hecho de neuronas, sinapsis, conductores eléctricos y redes de transmisión, se convierte en el modelo a duplicar por las técnicas que construyen sistemas cognitivos artificiales, mediante los cuales y en complemento con las ciencias cognitivas, configuran diversos modelos de chips sinápticos, neuromórficos en los que se suman la integración de redes neuronales artificiales, procesadores neuronales, con el fin de lograr cristalizar un simil de nuestro cerebro con base en lo digital.
Conocidas son las demandas que este siglo XXI, interpela a los sistemas educativos actuales, los cuales dan pocas evidencias de cambios hacia la transformación que prepare a las generaciones presentes y futuras para el dominio tecno económico, profesional, social y cultural de un futuro cercano.
¿Cuáles serían las acciones que la educación debería incorporar para el dominio de ese futuro cercano del que hablamos? Por un lado, los procesos de enseñanza y de aprendizaje deberían estar andamiados y configurados por una metodología centrada en el pensamiento crítico, reflexivo, sistémico, configuracional y conectivo, que supere la fascinación humana por las nuevas tecnologías y donde los humanos no aceptemos mansamente la nueva transformación antropomórfica que se suceden en las tecnologías, en donde el modelo tecnológico y económico dominante es aceptado con una mansedumbre global espeluznante y en donde gana terreno cada vez más en todas las esferas de una sociedad global.
Por otro lado, la educación debe ganar el terreno del tiempo que descuidó en innovación y donde los avances tecnológicos, sobre todo en los sistemas de inteligencia artificial ya ocupan lugares en la selección de personal, sistemas de control y gestión de datos a escalas mundiales, sistemas de toma de decisiones entre otros.
Los mayores avances en el desarrollo de la inteligencia artificial deben su progreso a las ciencias de la computación y a la combinación con las ciencias del comportamiento, la neurociencia y la psicología, sumado también a un aprendizaje profundo donde las máquinas no solo procesan, almacenan y recuperan datos e información para hacer más fácil nuestro trabajo, sino que hoy las computadoras más sofisticadas y los dispositivos tecnológicos presentan una nueva característica: la capacidad de aprender y decidir.
Nuestra realidad nos permite pensar y reflexionar en la necesidad de un verdadero cambio en los sistemas educativos, ya que nos encontramos viviendo momentos donde los sistemas digitales cada vez más cuentan con un poder progresivo de mando incitativo para continuar de forma imperativa y culminar de manera coercitiva.
El papel que tiene la educación en todos los tiempos, en especial en el presente y sobre todo en el futuro de nuestras generaciones, será la de ponernos en sintonía con un mundo donde la conectividad de los sistemas computacionales reflejados en la internet de las cosas, nos permitirá ejercer la libertad de sostener nuestro poder de decisión. Claro que si nos tomamos un tiempo para reflexionar y preguntarnos como perderíamos dicho poder, tan solo basta con observar el movimiento cotidiano que realizamos como miembros de una sociedad conectada, donde vemos todo tipo de consulta a través de medios tecnológicos, los cuales determinan en gran parte las acciones y decisiones que luego realizamos.
Hoy los motores de búsqueda de información, los asistentes de nuestros móviles, el GPS, las redes sociales, las recomendaciones de sitios web y los canales virtuales a los cuales estamos vinculados, entre otros, sesgan nuestras decisiones, aunque los modos digitales de sugerencia no sean los más óptimos, seguros y libres de errores; pero hemos optado por conceder un poder para la transformación antropomórfica de las máquinas digitales, otorgándoles a los sistemas computacionales-digitales que procesan la virtualidad, la capacidad de operar en forma artificial cualidades y capacidades cognitivas humanas, como la de “analizar y evaluar” situaciones, para luego sacar conclusiones de ellas, y proponernos modos de acciones a seguir.
Los nuevos espejos en donde nos miramos ya no reflejan la realidad del momento que consultamos, hoy existen nuevos espejos virtuales en marcos digitalizados que nos muestran y sugieren imágenes, sonidos, respuestas a consultas que no actúan en consecuencia de una simple mirada en la que nos vemos reflejados, sino por el contrario, se constituyen en acciones que tienden a neutralizar nuestro ejercicio de analizar y pensar.
La educación del presente y del futuro próximo debería despertar y accionar a través de distintas políticas educativas que permitan poner en marcha todas las capacidades cognitivas, valores y principios de nuestros estudiantes, ya que los próximos escenarios económicos, políticos, tecnológicos, sociales y culturales se conformarán por medio de una “humanidad aumentada”. Es decir, la convivencia de máquinas con capacidades de aprendizaje y con poder de decisión, en los que probablemente, gobiernen muchas de las acciones de las personas y el funcionamiento de las cosas.
Por ello, será determinante las decisiones que se tomen, y cuanto antes se lleven a cabo, mejor; sobre todo, para establecer un límite claro en la relación de una colaboración eficaz entre los humanos y las nuevas máquinas cognitivas.
Algunas de las políticas, al menos en educación, y con restricciones claras para los dispositivos tecnológicos en relación a sus funciones y competencias, deberían establecer propuestas en donde la inteligencia artificial trabaje como “apoyo” de la gestión de los procesos de enseñanza y de aprendizaje, con base en “analíticas predictivas” de posibles dificultades de los estudiantes en su desarrollo académico.
Por último, los tiempos del siglo XXI nos permitirán entender los intereses y mecanismos de la era de la inteligencia artificial, donde el principal camino es la educación y sus decisiones. Con ella, debemos establecer la preeminencia humana. Solo así podremos controlar el desarrollo del machine learning y su intención de conseguir las tan anheladas tecnologías de la perfección por parte de los sectores económicos dominantes.