Por la doctora Teresa Torralva, neuropsicóloga y presidente de Fundación INECO.
A diario, las personas se ven en la necesidad de tomar una gran cantidad de decisiones y de actuar de un determinado modo frente a las diferentes situaciones. Existen múltiples factores que influyen en la forma de pensar y de interactuar, en los distintos contextos en los cuales una persona se desarrolla.
Tomar decisiones, priorizar, seleccionar, planificar, organizar y ejecutar, son funciones relacionadas con el ser ejecutivo. Este concepto se relaciona con la capacidad que tienen las personas de hacerse cargo y responsabilizarse por aquello que les permita tener un modo de vida determinado. Existen dos tipos de habilidades ejecutivas que tienen incidencia en nuestro accionar cotidiano. Por un lado, las denominadas “frías”, que están vinculadas con aspectos tales como la planificación, la organización, la flexibilidad y la multitarea y, por otro, las “calientes”, relacionadas con las emociones, la toma de decisiones, la empatía, la teoría de la mente y el control inhibitorio.
En la vida adulta, existen cada vez más responsabilidades que provocan diferentes acciones. Dichas acciones, son consideradas como el cable conductor que llevará a vivir de una determinada manera. Las funciones ejecutivas son aquellas habilidades que nos permiten delinear ese plan de acción, iniciarlo, mantenerlo y finalizarlo, así como también trabajar en forma efectiva con los demás, enfrentar las distracciones y atender las múltiples demandas que nuestra vida conlleva.
No somos el animal más fuerte, ni el más rápido ni el que más se protege del frío. Sin embargo, estamos en la cima de la evolución y esto es porque nuestro cerebro es capaz de adaptarse a los cambios que el ambiente le propone. El ser ejecutivo implica la habilidad de adaptar nuestra conducta para conseguir una meta, y esta plasticidad está en la base de la inteligencia humana.
Conocer en profundidad funciones tales como: la toma de decisiones, la iniciativa, la originalidad, la flexibilidad, el cambio de perspectiva, la empatía y otras funciones ejecutivas, nos brindará las herramientas necesarias para aumentar nuestro nivel de bienestar y nuestra capacidad de resiliencia en este mundo tan complejo.
Somos seres racionales, por ende, poseemos la capacidad para pensar, evaluar, entender y actuar de acuerdo a ciertos principios. Dado que tenemos recursos limitados, el cerebro ha generado estrategias para funcionar de la manera más eficiente, en el ambiente en que se encuentra.
Es importante saber que existe una relación bidireccional entre las funciones ejecutivas y nuestra salud. El funcionamiento ejecutivo se beneficia de hábitos saludables tales como la actividad física, una dieta balanceada y una buena salud emocional. Mientras que los elementos necesarios para construir un mayor bienestar, como lo son la generación de emociones positivas, las relaciones interpersonales y la orientación al logro, entre otros, se logran a través de un buen funcionamiento ejecutivo. Las habilidades ejecutivas nos ayudan a prestar atención a lo relevante, a planificar, regular y reconocer nuestras emociones, y a trabajar hacia una meta específica con un propósito claro. Las personas con un buen funcionamiento ejecutivo muestran un mayor nivel de bienestar con un impacto positivo en diferentes áreas de la vida.
Es necesario aprender a crear estrategias que ayuden a las personas a manejarse de la mejor manera posible frente a situaciones difíciles o estresantes. Quienes son resilientes presentan determinadas características en común: tienen un fuerte sistema de apoyo social y poseen la capacidad de encontrarle algún sentido a la vida.
El concepto de resiliencia no solo incluye la capacidad ejecutiva de resolver los problemas y tomar decisiones, sino también la velocidad en poder lograrlo. Ser resiliente es un aprendizaje que puede darse durante toda la vida.