El primer acierto es haber incluido la palabra «revolución» en el título de este documental que retrata la extraordinaria vida y obra de José Monje Cruz. Eso fue Camarón de la Isla, el más grande cantaor de flamenco de la historia: un revolucionario. Y casi todo por haberse animado a grabar un disco de ruptura en 1979. La leyenda del tiempo acercó, ensambló y tiñó al flamenco de rock y jazz en una inesperada conjunción de cante jondo, guitarra española, sintetizadores y mucho espíritu de la época. Gitanos de pelo largo y barba que hicieron un happening de la grabación del disco en Sevilla y Madrid, pero que más que eso dieron vuelta la historia de un género ancestral en contra de una opinión pública mayoritariamente tradicionalista que lo consideró, en su momento, un «sacrilegio».
Una buena parte de este notable trabajo dirigido por el Alexis Morante, narrado con el exacto tono andaluz de la calle por el actor Juan Diego, repasa la polémica nacional que envolvió la irrupción de La leyenda del tiempo. El generoso material de archivo de la Televisión Española aporta mucho en la composición de tiempo y lugar para un momento único en la historia del flamenco. Pero además de eso, la película recorre con un cuidado montaje de imagen y sonido la fascinante vida de un hombre que vivió rápido y murió joven.
Springsteen on Broadway
Para los fanáticos del Jefe esta película que Netflix estrenó el 15 de diciembre del año pasado es casi, casi una experiencia trascendental. El hombre que fue el futuro del rock and roll, un ícono (norte) americano, el primogénito en la línea de sucesión de Elvis Presley y Bob Dylan, un animal de los escenarios se presentó durante octubre, noviembre y diciembre de 2018, en una especie de residencia en la tradicional sala neoyorquina Walter Kerr para una audiencia menor a las mil personas por noche, con un espectáculo de música y palabras que de alguna manera completa el período «autobiográfico» de su carrera iniciado con el extraordinario libro de 500 páginas de memorias inevitablemente titulado Born to run.
Éste es el registro de ese espectáculo que batió records y mereció incluso un especial premio Tony (el Oscar del teatro), en donde los monólogos compiten de igual a igual con las canciones y el carisma de un hombre con su guitarra o sentado al piano se revela en su máxima expresión. El detalle técnico de la filmación del show que incluye un par de cámaras fijas y sin planos del público (bastante hay del público fan de The Boss, basta con chequear otro documental Springsteen and I que da cuenta justamente de sus audiencias devotas), permite apreciarlo tal como si se estuviera en la mismísima platea del Walter Kerr. Y sin haber pagado entre 1500 y 1800 dólares… Dato económico al margen, la película es un alucinante viaje por la vida de este héroe de la clase trabajadora, sus obsesiones y reflexiones de vida justo cuando está ingresando en el otoño de su vida.
20 feet from stardom
Ganadora del Oscar a «Mejor Largo Documental» en 2014, esta película del experimentado realizador estadounidense Morgan Neville -autor de grandes trabajos por el estilo sobreBrian Wilson, Johnny Cash e Iggy Pop entre otros- posa su mirada sobre «las chicas coristas» (el término en inglés «back up singer«, cantante de apoyo, se ajusta más a la realidad tal vez). De ahí el título: la conversión de 20 pies indica que se trata de poco más de 6 metros, la distancia promedio que separa al cantante principal, la estrella, de quienes apoyan el protagonismo vocal de una canción. Pensemos en Walk on the wild side de Lou Reed, Gimme Shelter de los Rolling Stones, Sweet Home Alabama de Lynyrd Skynyrd y What´d I say de Ray Charles para entender la relevancia de esas voces secundarias. Sin ellas, no habría canciones para la eternidad.
De eso se ocupa el documental. Con precisión matemática en el ensamble de imágenes de archivo de esas grabaciones y el testimonio vivo de sus protagonistas (los y las coristas), el relato conduce a un viaje por aquello que pudo ser y no fue. Es decir, de cómo cambió la vida de estos notables cantantes pero no alcanzó para convertirlos en las estrellas que estaban ahí, tan cerca. Tan lejos. Nombres como Darlene Love, Merry Clayton e incluso Lisa Fischer (algo más famosa por sí misma, pero siempre ligada a los Rolling Stones) no dicen nada para una mayoría, aún de melómanos. Sin embargo fueron ellas las protagonistas de aquellas canciones, tanto como sus voces líderes. Por eso, en paralelo a sus historias, casi siempre tristes porque haberse quedado en las puertas del paraíso, aparecen campeones del mundo de los pesos pesados como Stevie Wonder, Mick Jagger y Bruce Springsteenaportando sus recuerdos y rindiéndole homenaje como corresponde.
George Harrison – Living in a material world
Primero está la firma al pie de este extenso (y no por eso sabroso) documental: Martin Scorsese. El director de Taxi Driver, Toro salvaje y otras tantas joyas del cine del siglo XX (y XXI) es un consumado rocker, fan y amigo de grandes como Bob Dylan y los Rolling Stones. De hecho, sobre ellos dejó su huella cinematográfica: suyos son el documental No direction home sobre el premio Nobel de Literatura y el registro del show Shine a light de la banda de rock más grande de todos los tiempos. Pero hablar de Scorsese sin dejar de resaltar el bello recuento de imágenes documentales sobre la vida del «beatle silencioso» que realiza en casi tres horas y media, sería restar protagonismo al héroe de esta historia. El autor de While My Guitar Gently Weep, Something, Here Comes The Sun y otras (apenas) 19 canciones en el repertorio beatle fue un hombre fascinante además de un consumado guitarrista e inspirado compositor.
Justamente lo que la película cuenta, a partir del archivo de imágenes y testimonios del mismo Harrison -entre otras cosas, aquí se prueba que fue sino el primero tal vez el mejor autor de selfies del siglo XX, cuando no existía el concepto «selfie»- combinados con intervenciones siempre relevantes de sus amigos Tom Petty, Jeff Lynne, Eric Clapton, el piloto de Fórmula 1 Jackie Stewart y los integrantes de Monty Phyton, Eric Idle y Terry Gilliam, su última esposa Olivia y su hijo Dhani, además de sus compañeros -que no es lo mismo que decir «amigos»- Ringo Starr y Paul Mc Cartney, y Yoko Ono en nombre de John. Lo que se descubre al final de todo la sucesión de música, imágenes y palabras es a un hombre profundamente espiritual, siempre gracioso, fanático de los autos y la fotografía.
Gilliam describe a Harrison como un hombre «atrapado en dos mundos: uno material y otro espiritual». Así fue y eso es lo que Scorsese retrata con destreza. Un hombre que estuvo en la cumbre gracias al grupo más influyente de la historia, pero que solo logró la felicidad cuando se encontró a sí mismo a través de la espiritualidad.
Danny says
No es Simon el que dice. Es Danny. Danny es Danny Fields, una de las figuras más emblemáticas del punk rock y de toda la expansiva escena musical neoyorquina de los años 70. Daniel Feinberg -su nombre real- era manager, agente de prensa y periodista, no necesariamente en ese orden. Y a lo largo de su carrera fue manager de Iggy and The Stooges y MC5, «descubrió» a los Ramones como ejecutivo de Elektra Records durante los 60 y los 70, y estuvo en el momento y lugar precisos junto a Andy Warhol, Jim Morrison y Lou Reed entre otros. Con estos galones, la relevancia del personaje en cuestión salta a la vista. Y si además la película cuenta con anécdotas relatadas en primera persona por Iggy Pop, Alice Cooper, Judy Collins, Tommy Ramone, Lenny Kaye y Wayne Kramer entre muchos otros, el paquete está completo.
Danny Fields tenía el don de conocer amigos y de la mejor calidad, aunque de pequeño no le resultaba para nada fácil hacerlos. Una vez empezó a moverse por el Nueva York de The Factory y conectó con la flora y la fauna que rodeaba a Andy Warhol, su vida cambió. Su gran talento fue siempre descubrir el talento en los demás y saber rodearse, como él mismo decía, de «gente inteligente». Esos que se convirtieron en sus mejores amigos y que le proporcionaron algunos de los mejores momentos de su vida, una vida que es pura historia del punk rock. Será por eso que Danny Says es también una canción de los Ramones, el grupo al que se entregó en cuerpo y alma durante varios años.