La impermanencia es un principio de armonía que tiene que ver con el esquema natural de las cosas, un principio que podemos reconocer, respetar y celebrar. La gente no siente respeto por la impermanencia. No nos deleitamos en ella, de hecho nos desespera. Nos parece dolorosa. Tratamos de resistirnos a ella haciendo cosas duradera y eternas. De algún modo, en el proceso de negar las cosas cambian constantemente perdemos el sentido de la sacralidad de la vida-. Tendemos a olvidar que somos parte del esquema natural de las cosas.
Cuando internalizamos que lo único permanente es el cambio, cesamos de aferrarnos a situaciones, cosas y personas. Hacemos tanto esfuerzo para obtener algo que luego tendremos que soltar… ¿Es necesario? Pues sí. El aprendizaje del desapego es doloroso porque estamos condicionados a aferrarnos a lo que nos brinda algún tipo de satisfacción: personas, sexo, comida, etc. Una vez que le encontramos el gusto a un sitio, a una situación o a una relación, buscamos congelar el tiempo para perpetuar la gratificación, sin percibir que lo que nos da placer puede llegar a convertirse en nuestra fuente de dolor más grande.
Una pareja que nos brinda la sensación de estar en las nubes, el trabajo de los sueños, el amor que idealizamos, la casa deseada, puede llegar a transformarse en oscuridad por una situación no prevista, como una enfermedad, un despido, una deslealtad, un incendio… No se trata de una visión pesimista, estar aquí y ahora nos permite el goce en el momento presente sin fijar la vista en lo que sigue. Porque lo que sigue es incierto y es de gran sabiduría aceptar que el agua jamás vuelve a ser la misma al pasar por su cauce.
Carlos Laboranti, director ejecutivo